octubre 02, 2013

Lo cortés me quita lo valiente



Desde niños, se nos inculcan cosas como saludar cuando llegamos, no meternos el dedo en la nariz, limpiarnos los pies cuando entramos a una casa, y saludar cuando nos saludan, “Saludar cuando nos saludan” y es esa delgada línea entre dignidad y descortesía lo que nos mete en serios problemas, a mí y a mis emociones, - hablar de mí misma como si estuviese formada por partes autónomas que por regla general actúan de forma contraria es un poco la explicación de mis confusiones, o cómo llamaría mi amigo NAN mi ya muy notable inmadurez.- 

Si sólo fuera coherente lo que predico y lo que aplico por no decir más, volar muy lejos y olvidarme del mundo, pero no, obviamente conmigo nada es tan sencillo, no hay actos desprendidos de libertad, yo misma me pongo las cadenas y me tiro agarrada de un yunque al precipicio solo para estrellarme de cara contra el planeta y luego de verme las heridas decir “jamás me volverá a pasar”. 

Y esa falta de seriedad con respecto a lo que en realidad sucede es lo que me mete en esas cadenas constantemente estresantes de: me habló, lo ignoro un rato, vi el mensaje, le saldrá como visto, mejor le contesto, le contesto, me responde algo que no me gusta, me estreso, finalmente no responde más y me quedo dándole vueltas todo el día a un acto tan normal del ser humano, la comunicación. 

Me someto a tanta “mierda emocional”  diciendo que es sólo por no pasar por descortés, o por otras cuantas estúpidas mentiras que sólo me creo yo, luego digo, “no le hablaré más” pero veo cada dos minutos o menos si está activo. Me siento como una “stalker” que quiere hacerse la ruda, me avergüenzo de mí misma y termino hablando con personas que no quería hablar o agotando a mis amigos con este tema “hablar de él”.

Conclusión, podría seguir mi comportamiento errático, cambiando eventualmente de círculo social, para no aburrir a nadie con este asunto, y escuchar de muchas personas lo mismo unas cuantas miles de veces –otra vez- haciéndome la sorprendida y al final haciendo lo  que siempre hago, podría dejar de actuar como una lunática acosadora que le teme a la oscuridad,  o podría dejarme seducir por esas ganas de escribir que otra vez están volviendo a mí, síntoma de que estoy jodidamente mal.