
Un joven especialista del tatuaje era excepcionalmente hábil, el llamado Seikichi. Se le alababa en todo el país como un maestro igual a Charibun o Yatsuhei y la piel de docenas de hombres había servido de seda para su pincel. [...] El joven dibujante guardaba un secreto placer, un deseo oculto en el fondo de su corazón. Nada le proporcionaba mayor gozo que la agonía de sus clientes al introducir en ellos sus agujas, torturando su carne hinchada y sanguinolenta. Mientras con mayor fuerza gemían, más agudo se hacia el intimo placer de Seikichi. El sombreado y la coloración, técnicas reputadas como las más dolorosas, eran las que más le agradaba emplear. [….] Durante mucho tiempo Seikichi había acariciado el deseo de llevar a cabo una obra maestra sobre la piel de una mujer hermosa. Tal mujer debía sobresalir por su carácter además de por su belleza. Una cara bonita y un bello cuerpo no eran atractivos suficientes para satisfacerle [….]
The Tattooer, Junichiro Tanizaki