julio 21, 2020

Coquitos, pollos y pasteles

Parpadeo y sigue ahí, ¿quién lo diría?
Aún camino por mi sala sin creer que vino y se quedó, pasó de ser un recuerdo de sábado de hace más de una década, entre borracheras y botas, un recuerdo de una noche de camiseta de Westham y luna roja, a iluminar la casa con su piel blanquita y su boquita en triángulo.
Cómo explicarle sin parecer una demente, que cada que respira se me desarma la vida y se me arma nuevamente, que se me ponen patas arriba las venitas, los tendones, cada agujero del espíritu, que la piel se me eriza cuando me abraza, cuando me roza, cuando su vocecita dulce pero firme me dice cositas, me cuenta cuenticos, me trata suavemente. Bailo, canto, susurro, me tomo las pastas, jugando a la casita, al restaurante, a la familia linda, paseando a Renatica tomados de las manos por esas callezuelas adoquinadas, en medio de la gente que se odia, los virus mundiales y las canciones de Harry Belafonte.
Sí tú, quédate cada noche, tráeme pollitos y pasteles, cuéntame hasta 5, abrázame pasito, fuerte, más o menos, ven y tomemos lechita de coco hasta llorar de la risa.