Es cierto que están ahí, aún viven con
nosotros esos fantasmas que amenazan con
dinamitar lo poco que nos quedó luego del apocalipsis, eso que nuestras
manos maltrechas y nuestras vidas moribundas lograron salvar, esos pedazos
diminutos de nosotros mismos que
corrieron a esconderse, como animalitos asustados debajo de trozos de muebles
quemados, pedazos de pared, platos rotos, cartas sin entregar y besos untados
de leche agria. Ellos aparecen asomándose por el borde de los párpados, nos
cantan melancólicos temas en el odio, nos muerden con sus filosos dientes los
intestinos y nos defecan sus ponzoñosos desechos en el tejido virgen y sano del
corazón, infectando todo a su paso, regando combustible y luego prendiéndonos
fuego en carne viva sin importar cuanto pudiera doler, ellos en sus majestuosos
tronos, viles y sanguinarios, se regocijan en sus propias heces y nos miran displicentes
y orgullosos. Se pasean como dueños absolutos por nuestras pobres vidas
atravesando las barreras del tiempo y del espacio, rompiendo cuadros y
destruyendo todo a su paso, poco les importan los mortales, poco les importa
llenar los cementerios de cuerpos desgastados y carcomidos por los gusanos,
poco les importó dejarnos como muertos en vida.
Sin contemplaciones es hora de
dejarlos ir, exorcizarlos, abrir las ventanas del alma para que entre la luz
del sol y derrita con sus rayos lo pútrido de sus espectrales formas.
Sigo esperándo escuchar que me digan: Dame la
mano, deja que te lleve a un lugar inmaculado donde no hay pasado, ni tiempo ya
recorrido, donde las hojas del calendario se queman con cada día para no regresar
jamás. Yo a cambio pintaré mapas de lugares para perdernos en ellos, llenos de árboles,
animales rastreros, punk, whisky, comida chatarra, películas a blanco y negro, vampiros, zombies y tatuajes.
A pesar de que todo indique lo contrario, ya no tengo afán!