noviembre 29, 2005

The tattooer

Hubo un tiempo en que los hombres atacaban la noble virtud de la frivolidad y la vida no era una dura lucha como lo es hoy. [….] En las novelas románticas ilustradas de moda, en el teatro Kaburi, en donde duros héroes masculinos, como Sadakuro y Jiraiya eran convertidos en mujeres, por doquier la belleza y la fuerza se confundían. La gente hacia todo el posible para embellecerse, algunas personas llegaba a hacerse inyectar pigmentos en su piel: ostentosos prodigios de línea y color danzaban sobre los cuerpos de los hombres. [….]
Un joven especialista del tatuaje era excepcionalmente hábil, el llamado Seikichi. Se le alababa en todo el país como un maestro igual a Charibun o Yatsuhei y la piel de docenas de hombres había servido de seda para su pincel. [...] El joven dibujante guardaba un secreto placer, un deseo oculto en el fondo de su corazón. Nada le proporcionaba mayor gozo que la agonía de sus clientes al introducir en ellos sus agujas, torturando su carne hinchada y sanguinolenta. Mientras con mayor fuerza gemían, más agudo se hacia el intimo placer de Seikichi. El sombreado y la coloración, técnicas reputadas como las más dolorosas, eran las que más le agradaba emplear. [….] Durante mucho tiempo Seikichi había acariciado el deseo de llevar a cabo una obra maestra sobre la piel de una mujer hermosa. Tal mujer debía sobresalir por su carácter además de por su belleza. Una cara bonita y un bello cuerpo no eran atractivos suficientes para satisfacerle [….]

The Tattooer, Junichiro Tanizaki