Noches en el Cementerio Central y frio, riéndome de cuando en
vez de una que otra curiosidad de los jóvenes citadinos, tratando de guardar en
mi bolso cada una de las amarguras que llevo guardando en los últimos meses, tomándome fotos con Carlos Pizarro o lo que queda de él y una pared
llena de huesitos en descomposición , ya lo decía doble fuerza: siete
puñaladas y empezaste a desangrar Te busqué y te amé, te soñé y te lloré por última
vez. Y una vez más veo como se regodea en su saliva, como su sudor expira por
todos los poros y su respiración se agita ante cualquier mujerzuela calentana
que le muestra algo de piel, implorar que me mate se hace insuficiente, pedir a
gritos que me corte la cabeza me saque las entrañas y se las sirva en una mesa
muy decorada es un indulto que no merezco, así me acostumbré a ser tratada,
solo viendo como me corta de a pedazos las arterias y se ríe con sus dientes
bañados de mi sucia sangre, nada de lo que haga se vuelve necesario para que me
suelte la cadena que me amarra como el perro de su casa. Yo simple espectadora
de su circo, ya no tengo ni siquiera participación en ese espectáculo lúgubre porque
hasta los que de mí se reían ahora le aplauden
a su nuevo poodle de tutu rosado que baila ante nosotros.