Más tarde en la soledad de sus cobijas: le retumban los oídos por tanto ruido, y solo le queda respirar, seguir intentándolo al menos, no es nada grave, nada quirúrgico le dicen y recuerda la voz aquella, sin embargo nada estaba bien esta vez, y un tubo en la garganta mantenía su cuerpo en la sala de descuartizamiento, aunque su mente seguía en la calle, pensó en sus hijos, los que no ha tenido y que quiere tener, pensó en Australia y en el carnaval de Rió de Janeiro, pero sus pulmones no querían responder, ni el vientre de su madre comprendía por qué las cosas eran tan duras para ella, ni las glándulas, ni el trapecista, ni la mujer barbuda lo sabían.
No tiene apéndice y sus otras inflamaciones parecen ceder ante tanta píldora, remedio, menjurje y ampolleta. Las flores siguen aromatizando el lugar pero añora el circo, el espectáculo y obviamente desea ser de nuevo uno de los pobres diablos inconformes que se desplazan entre calles y carreras. Pero tanta soledad ha nublado su visión del mundo, se siente abandonada y desasida por la gracia del universo, ahora saldrá a la calle de nuevo, caminará pero su vida no será la misma, ahora tiene una cicatriz más en el abdomen, otra en el espíritu y otra en el corazón. Los quistes de su músculo cardiaco han salido con la anestesia y junto con ellos muchos otros buenos presagios y se reencuentra con sus otras personalidades, las egoístas, las agresivas y las despegadas. Pobrecita muchachita sin nadita que comer solo jugos, champiñones y papaya todo el mes, cantan los niños en la puerta mientras el mundo gira, da vueltas y se revuelca.
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