Miraba por la ventana mientras abría por fin ese librito del
que tanto me han hablado. Ya no sé qué pensaba, seguro se me habían ocurrido
mil ideas, mil frases medio coherentes y heme aquí sin saber que escribir... sin
saber que escribir en el trabajo…
Un Tanto atragantada, respiro, medito, y veo como mi vida
cambia de a pocos, me he aprendido a agarrar las vísceras y hacer de cuenta que
nada pasa, trago saliva, aprieto los dientes y sigo con la sonrisa errante.
Quería escribir, eso es seguro, quería gritar, quería,
correr, pero extrañamente llego y nada fluye, solo pienso en mis romances
fallidos, mis tazas derramadas y mis luises.
Bueno, a veces no debes llamarte Luis para ser el Luis de
alguien, no sé si habré sido la Luis de alguien, seguramente sí, fui su Luis, y
al igual que mis Luises le partí el corazón a patadas.
Lo extraño es recordar a mis luises como si fueran
personajes meditabundos de un libro viejo que leí alguna vez, hace rato no
tengo un Luis que me mueva los órganos y me lama las heridas, hace rato no
encuentro esa emoción que se siente cuando te respiran cerca, tal vez, la vida
te da solo unos cupones para Luises, y ya los gasté todos. Por eso me quedaron
los Camilos. Pero en mi vida los Camilos ya están condenados a irse, a ser
aquellos que se tocan y se desvanecen en el aire, como las muestras gratis de
un buen producto que desafortunadamente no pega en el mercado o no te alcanza para
comprar. Yo y mis patrones repetitivos de amores.