julio 07, 2017

Morsa y cazadora de tigres

Súbito, espontáneo
Me reuní con Antonia anoche, no había dormido mucho, andaba obsesionada con un charco lleno de ranas que había en el patio. Con el más sucio morbo que caracteriza a Antonia, pasaba horas y horas analizando la sociedad de ranas, sintiendo asco, pesar, empatía, odio, repudio y otra vez empatía por esos anfibios feos y babosos. Le puso nombre a cada ranita y me contó esto:
Así era ceviche, una rana de patas robustas que había llegado hacia unos días al estanque, (esa, la maluquita de gorra) poco a poco fue ganando popularidad entre las ranas que iban migrando hacia aguas más tibias, las aguas de más al sur.
Estás nuevas ranas fueron agrupándose, croaban juntas cada noche, se encontraban en la piedra con forma de ave a hacer sus ruiditos e inflar la garganta. A la congregación de ranas nuevas en el charco sureño les gustaba adularse entre sí, "qué bien atrapaste la mosca", "qué interesante sonido", "qué bonita sales en la foto", pero entre ellas, ceviche era la que destacaba, no por su nado, o su forma magistral de tragar bichos, sino porque lograba con sus sonidos confundir, eran un poco rana de macho, un poco de rana hembra, un poco de rana asexual, y cuando una ranita nueva destacaba, ella la destruía salvajemente hasta que no quedaba nada de ella.
Muela era en cambio la sombra de ceviche, una ranita de más bajo perfil, se sentía sola, entonces, de vez en cuando saltaba al charco a buscar su amor entre los domadores de focas, los burros y otros animales de boca grande con los que, evidentemente, debía identificarse, pero le apasionaban los tigres, pero, qué haría una ranita simplona con un tigre? Luego de matarla, este jugaría un rato con su cadáver para después arrojar sus huesitos de anfibio a cualquier cloaca, trataba de arriesgarse pero aún tenía rasguños del último que intentó cazar.
Las ranitas jugaban noche tras noche en el charco mientras las ranas antiguas debatían entre lo positivo o negativo de la congregación de ranas nuevas, incluso planearon en su momento, expulsarlas, puesto que sus ruidos no dejaban dormir y llamaban demasiado la atención de los depredadores.
Ceviche y muela eran ranitas peculiares, se embriagaban con los halagos, daban vueltas en el charco panza arriba mientras las ranas de la congregación croaban al unísono, y ahí, girando y girando sobre el agua miraban las estrellas extasiadas de placer.
La vida era triste sin embargo para las ranitas cuando estaban solas, sin su séquito, cada una detestaba ser rana, ceviche quería ser morsa y muela quería cazar Tigres. Cada noche luego de los coros iban a reposar en sus babosas y fluidas camas de renacuajitos y bichos muertos, esperando, anhelando ser otro animal, otra persona, anhelando ser la chica que las miraba por la ventana por horas.

-Antonita y qué pasó con las ranas?
- No sé, a nadie le importan...